Un paper cándido, la ciudad ombligo

Para mí Chile es un país vertical, en que el flujo de movilidad sube o baja. Por eso la ciudad que me acoge hoy en día, tiene muy bien ganado el adjetivo de ombligo.Tal vez no es culpa de la centralización ni de las políticas actuales el que Santiago sea prácticamente el centro de todo, yo culpo a la geografía.

La ciudad gris que la mucha de la gente ve, para mi es un núcleo de vitalidad y movimiento, porque a partir de la corta experiencia que he tenido en relación a otras ciudades de Chile, aquí la gente ciertamente es, en su mayoría, desgraciada. No porque sea mal educada, triste, individualista e irritante, sino porque les toco de cierta manera, desarrollarse y sobrevivir en un ambiente que en vez de lagos y cerros, se desenvuelve en torno al comercio, el transporte, las modernas autopistas y construcciones, que siempre responden a lo que demanda el desarrollo económico del lugar y no a las necesidades y expresiones de la identidad de los habitantes.


A mi me toco crecer en el campo entre caminos de tierra, cerros, grillos, uno que otro carretón, tractores y una micro a la gran capital una vez al día. Por eso, llegar a la ciudad era en ese entonces toda una empresa, un paseo y un casi un regalo.No soy la caricatura de la Carmela que llega a la ciudad, algo de eso queda, pero hoy por hoy veo a esta ciudad en particular con ojos amables aunque sea un caos la mayor parte del día.

Uno de los mayores gustos de vivir aquí, es poder caminar y ver como la gente se comporta, como todo el mundo cree que nadie lo ve. Yo me dedico a mirar la multiplicidad de formas, como la confluencia de personas en torno al centro, en la plaza de armas principalmente. Gringos fotografiándose en la catedral compartiendo el mismo aire que peruanos y palomas, el señor pintor, el humorista tan curtido por el sol como un campesino, quien pide limosna y el que limpia los zapatos del señor ejecutivo de chaqueta y corbata, los graffitis de las calles, los cafés “intelectuales”, el barrio de la bohemia, los museos, parques, fuentes iluminadas y “rasca” cielos, a los que no temo mirar en su magnitud vertical (he aquí posiblemente rasgos de la Carmela). Una mala relación con esta ciudad se da por culpa de la soledad…el cliché de sentirse solo a pesar de estar tan rodeado de gente (mal que mal somos 6.527.903 millones según el Censo de 2002).

Lo más temible es que la gente mira, más, no te ve, salvo aquel lanza profesional que escudriña algo en tu andar analizando la mejor manera de arrebatarte algún objeto de valor. Pero eso es algo con lo que se puede convivir y a lo que al final se vuelve costumbre, una buena cura de espanto es la receta para caminar por el centro con tranquilidad. Al fin, las personas somos las que vamos adaptando el medio donde vivimos y no el medio a nosotros, transformándose en cuestión de selección natural…..o artificial.

1 comentarios:

Camilo dijo...

de carmela no te queda casi nada..

solo talves, la alegria inocente de tu risa, cada vez que la escucho... =)

saludos